En la habitación

Marina siempre quería estar rodeada de cosas bellas y Juan, al no poder pagar sus caprichos, empezó a robar para ella. Primero fue aquel brazalete, luego aquel abrigo de visón y, poco después, un Picasso que ella había visto en un catálogo de arte. Pero Juan sabía que nada podía hacer más feliz a su amor que lo que estaba a punto de conseguir esa noche. Por eso, aunque con dudas, él forzó la puerta, avanzó con sigilo por el pasillo y llegó hasta la habitación. Era como ella quería: rubio, risueño y con enormes ojos verdes.

Celebración

Se sentía tan eufórico que, tras subir el volumen de la música al máximo, se puso a bailar con total desenfreno. Ésta era su manera de celebrar que, por fin, estaba a punto de dejar atrás una existencia llena de amargura, gritos y reproches. Pero antes debía encontrar un buen lugar en el que ocultar el cadáver de su recién asesinada esposa.