Después de un perfecto aterrizaje, Lois soltó su cuello y puso los pies sobre el suelo. Él, alto, fuerte y de proporciones armónicas, era tan apuesto como se intuía en televisión. Lo único que se le podía reprochar era un cuestionable gusto para la moda, pero yo no soy quien para juzgar la vestimenta de alguien que ha salvado millones de vidas y que vuela a una velocidad superior a la de la luz. Así que, harta de que Lois siempre presumiera de lo maravilloso que era salir con un superhéroe, cerré los ojos, fruncí los labios y, tras emitir un sonoro beso al aire, decidí que había llegado la hora de presentarles a mi nueva pareja: el hombre invisible.
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Días de lluvia
La lluvia había sorprendido a Ana en multitud de ocasiones, pero nunca antes había visto caer del cielo a hombres, mujeres y niños. Así que, sorprendida por el fenómeno y temerosa de que alguien se le cayera encima y le abriera la cabeza, decidió encerrarse en casa.
Solo cuando la lluvia cesó, ella se atrevió a salir al jardín, donde se encontró con un hombre dormitando en el suelo. Ana, imaginando que debía estar hambriento, le invitó a merendar y, más tarde, también a cenar. Tiempo después, y ya convertidos en marido y mujer, Ana siempre explica que, un día, el amor le llovió del cielo.
Al final del túnel
El suelo tembló bajo sus pies y, en apenas unos segundos, él quedó sepultado. Envuelto en una oscuridad infinita, pero empujado por su instinto de supervivencia, logró salir de entre los escombros y empezó a caminar por lo que parecía un improvisado túnel con una luz al fondo. Estaba tan ansioso por escapar de allí que avanzó con gran premura durante unos instantes, hasta que un pensamiento le detuvo, helando su sangre: estaba yendo hacia la luz, como aquellos que van a morir. Presa del pánico, y queriendo huir de su trágico destino, decidió deshacer el camino, alejándose definitivamente de su única salida al exterior.
Metamorfosis modernas
Esa mañana, tras despertar de un aterrador sueño, Gregor tuvo una extraña intuición que le hizo creer que, al igual que había sucedido con uno de sus antepasados, él también había mutado en un asqueroso insecto. Aterrado por la idea, abandonó la cama de un brinco y, sudoroso y agitado, se plantó ante el espejo, que le devolvió su imagen de siempre. Con la respiración aún entrecortada, pero aliviado por no haber corrido tan fatal suerte, Gregor se vistió para el que sería su primer día como empleado de aquel banco, dejando sobre la cama su raído pijama y sus viejos principios.
Amor de madre
Lleva horas durmiendo en su cunita como un ángel. Eso es lo que les diré cuando pregunten por mi pequeñín, aunque si atisbo cierta desconfianza, les invitaré a entrar en la habitación, donde descansa abrazado a su peluche.
Como cualquier madre, he intentado que sea bueno, pero hoy ha vuelto a hacer algo feo. Lo sé porque, hace apenas un rato, ha aparecido con su ropita empapada en sangre y una sonrisa de satisfacción en su rostro. Pero si ya es duro descubrir que has engendrado a un monstruo, peor es que te separen de un hijo. Por eso pronto debo enseñarle a ser más cuidadoso en sus crímenes.
¡He visto un fantasma!
Empapado en sudor, se tapaba los ojos con la sábana mientras ella, entre susurros, le decía que no tuviera miedo, que los fantasmas solo existían en el cine. Cuando, vencido por el cansancio, él se durmió de nuevo, ella le arropó, besó su frente y se evaporó en el aire.
Reencuentros
Pablo se sentó en aquel banco esperando a que algo le sacara de su aburrimiento. Tras un rato observando el ir y venir de la gente, una puerta se abrió y, de su interior, salió un antiguo compañero de piso, después la primera chica a la que besó y, minutos más tarde, la mujer que le cuidó durante gran parte de su infancia. Pablo, que sabía que esos reencuentros no eran simples coincidencias, decidió no moverse de allí. No hasta que viera a Marta, a la que, pese a haber perdido la pista hacía años, aún no había logrado olvidar.
Obediencia
Le había castigado sin hablar y sin moverse de la silla. Y Pablo no quiso desobedecer de nuevo. Por eso, cuando vio que aquel crucifijo estaba a punto de caer sobre la cabeza de su viejo profesor, no pudo hacer nada para evitar la tragedia.
El fin
Mario se levantó con hambre, pero al abrir la nevera descubrió, con tremenda decepción, que la comida se había acabado. Después entró al baño para lavarse los dientes y, aunque apretó con fuerza el tubo de la pasta, no logró que saliera nada de su interior. Con los dientes sucios y el estómago vacío fue a despedirse de Ana con un beso, pero ella apartó su cara y él supo que su amor también se había acabado.
Al acecho
Presentía que la muerte le seguía muy de cerca, pero él no estaba dispuesto a dejar que le alcanzara. Para dejarla atrás, se calzó unas viejas bambas, se puso ropa cómoda y empezó a correr. Y lo hizo tan rápido que logró escapar de su destino durante un buen rato, hasta que su corazón le dejó tirado en plena calle.