Amor de madre

Lleva horas durmiendo en su cunita como un ángel. Eso es lo que les diré cuando pregunten por mi pequeñín, aunque si atisbo cierta desconfianza, les invitaré a entrar en la habitación,  donde descansa abrazado a su peluche.

Como cualquier madre, he intentado que sea bueno, pero hoy ha vuelto a hacer algo feo. Lo sé porque, hace apenas un rato, ha aparecido con su ropita empapada en sangre y una sonrisa de satisfacción en su rostro. Pero si ya es duro descubrir que has engendrado a un monstruo, peor es que te separen de un hijo. Por eso pronto debo enseñarle a ser más cuidadoso en sus crímenes.

¡Danos un respiro!

“A ver si consigue así que papá no haga más el indio”, pensó Hugo al ver cómo su hermana condimentaba la comida. Y es que, desde que su madre murió, su padre había perdido completamente el juicio. Sin ir más lejos, esa misma mañana había estado asustando a unos niños del barrio y, por la tarde, ya había manifestado su intención de secuestrar al perro del vecino. La situación se había vuelto tan insoportable que sus hijos, agotados, ya no sabían qué hacer con él. Por suerte, aún les quedaban algunas pastillas. Eso sí, Hugo le tuvo que recordar a su hermana que nunca más de tres. No después de lo que pasó con mamá.